La mayoría de nosotros pasamos nuestros años de estudiante deseando que se acaben. Queremos que llegue el momento de olvidarnos de las clases, los apuntes, los deberes y los temidos exámenes. Tal vez por eso, una vez que hemos conseguido hacernos con un sitio en el mundo laboral, nos resulta difícil plantearnos retomar cualquier clase de estudio o formación.
¿Es por pereza? Puede ser, pero también influye la falta de tiempo, la desmotivación y, sobre todo, la sensación de que llega un momento en nuestras vidas en el que formarse “ya no sirve de mucho”.
No podríamos estar más equivocados. Varios estudios han demostrado que la formación en adultos tiene un sinfín de beneficios y que, además, estas ventajas no solo atañen a aquellos que la reciben.
Si nos centramos en la formación de empleados, estos beneficios se multiplican, ya que también son las empresas las que se ven recompensadas por el esfuerzo. Tanto es así que actualmente las compañías más innovadoras no dudan en impulsar sus políticas de formación como una estrategia de negocio más dentro de su plan empresarial.
Las grandes empresas son conscientes de que la formación de empleados es fundamental para el crecimiento de la compañía. Por eso, aunque hasta hace poco se miraba más por el beneficio social de cara al trabajador, lo cierto es que cada vez se hace más patente que el retorno de la inversión debe ser la razón fundamental para promover este tipo de prácticas dentro de la empresa.
Y es que ya sea por iniciativa personal o empresarial, apostar por la formación en la edad adulta siempre tiene recompensa:
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En realidad esta lista de beneficios es interminable. Queda en manos de las empresas y de los profesionales saber aprovecharlos todos al máximo. Para ello, el primer paso es apostar por un Plan de Formación de calidad, que responda a sus objetivos y a sus necesidades.
Después de todo, se trata de “renovarse o morir”, ¿tú qué eliges?
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